Editorial

Dos años de guerra en Europa

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Este fin de semana se cumplirán dos años de la invasión rusa de Ucrania, en rigor la segunda fase de un conflicto que empezó en 2014, cuando Rusia se apoderó de la península ucraniana de Crimea. Lo que hasta hace unos meses parecía un relativo estancamiento en el frente de batalla (reflejo del poco éxito de la muy esperada ofensiva ucraniana de mediados del año pasado), hoy parece un escenario de cierta ventaja táctica para Rusia gracias a un par de victorias recientes, pero también estratégica por varias razones, la principal de ellas la posibilidad de que el apoyo económico y militar de Occidente a Kyiv (sobre todo el de EEUU) se agote más temprano que tarde.

La guerra en Ucrania ha puesto varias realidades crudamente sobre la mesa. Por un lado, ha mostrado una dimensión del futuro de la guerra, con la masiva irrupción de drones y la importancia clave de la guerra electrónica, entre otros aspectos; al mismo tiempo, ha relevado que la guerra no perderá su componente convencional de blindados, artillería, fuerzas aéreas y navales, y por cierto, grandes números de soldados.

Para el continente, el apoyo a Ucrania no sólo es una cuestión de solidaridad; es también un claro caso de autodefensa.

Esto ha servido para desnudar décadas de insuficiente inversión europea en sus FFAA e industrias de defensa, algo que hoy varios países se esfuerzan por revertir aceleradamente. Con todo, es claro que, incluso con el compromiso norteamericano como pilar -algo que la política de Washington vuelve menos seguro que antaño-, Europa enfrenta déficits en gasto y preparación militar que la hacen vulnerable en caso de un conflicto a gran escala en su territorio. Poner a prueba a la OTAN es, justamente, un objetivo estratégico de Vladimir Putin.

La guerra también ha mostrado los límites de las sanciones económicas si no van seguidas de acciones contra quienes ayudan a evadirlas, un foco que la UE anunció la semana pasada. Esto, en el marco de un endurecimiento hacia Rusia tras la muerte en prisión del líder opositor Alexei Navalny, quien se suma a la lista de críticos de Putin muertos en circunstancias opacas o violentas, confirmando la brutalidad del régimen de Moscú.

Lo cierto es que nada indica que Putin -pese al tremendo costo para su país- esté dispuesto a negociar la paz excepto en términos inaceptables para Ucrania, el derecho internacional y la seguridad futura de Europa. Para ésta, por ende, el apoyo a Ucrania es hoy no sólo una cuestión de solidaridad con una democracia agredida por un invasor extranjero; es también un claro caso de autodefensa. La paz bien puede esperar al otro lado de una guerra aun más cruenta.

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